Sacerdote
Fundador de los Jesuitas
Teólogo, escritor y santo
Patrono de los ejercicios espirituales y retiros
Íñigo López Sánchez, quien adoptaría el nombre de Ignacio, nació en 1491 en el castillo de Loyola junto a la población vasca de Azpeitia. Desde joven quiso seguir el ideal de vida militar y de caballero y entró al servicio de Carlos I de España y V de Alemania. Herido en 1521 por una bala de cañón cuando defendía la fortaleza de Pamplona, fue llevado al castillo de su familia y se sometió a dolorosas cirugías debido a la fractura de una pierna. Allí pasó una larga convalecencia leyendo libros piadosos sobre la vida de Cristo y la vida de los santos, que le impulsaron a consagrarse a la religión.
Su primera decisión fue ir a Jerusalén como peregrino. Una vez curado se dirigió a pie a la abadía benedictina de Nuestra Señora de Montserrat cercana a Barcelona. Allí, ante la imagen de María con el Niño Jesús, veló una noche entera y abandonó su habito de caballero y adoptó ropas de mendicante.
De 1522 a 1523 vivió en Manresa, pequeño poblado de Cataluña, donde tuvo imporantes revelaciones espirituales y donde redactó sus "Ejercicios espirituales", al tiempo que se confesaba frecuentemente y hacia penitencia.
Peregrinó a Tierra Santa en 1523. A su regreso a España comenzó a estudiar (ya con 33 años) para poder afrontar mejor su proyecto de apostolado, en las universidades de Alcalá de Henares, Salamanca y París.
Las primeras actividades de San Ignacio de Loyola difundiendo el método de los ejercicios espirituales le hicieron sospechoso de heterodoxia (asimilado a los «alumbrados» o a los seguidores de Erasmo): fue solicitado por la Inquisición en Salamanca, donde fue interrogado y declarado inocente, pero se le prohibió la predicación (1524) y tuvo interrumpir sus estudios.
En 1528 llegó a París para estudiar en La Sorbona, donde en marzo de 1533 obtuvo el grado de Maestro en Artes, que según la titulación universitaria lo autorizaba para enseñar filosofía y teología. Desde entonces latinizó su nombre firmando como "Ignatius". En París compartió un cuarto con dos estudiantes: Pedro Fabro, de Saboya, y Francisco Javier, de Navarra, ambos con 23 años de edad. Los tres se hicieron amigos y compañeros en un proyecto de vida austera a imitación de Cristo. Otros estudiantes se unieron a ellos. En total fueron 7 los que decidieron dedicar su vida al servicio de Dios y de la Iglesia, si fuera posible en Jerusalén o si no irán a Roma para presentarse ante el Papa "a fin de que él los envíe a donde juzgue que será más favorable a la gloria de Dios y utilidad de las almas". El 15 de agosto de 1534 en París, en la capilla de Montmartre, sellaron su proyecto con voto solemne, sembrándose así el germen de la Compañía de Jesús.
Ante la imposibilidad de marchar a hacer vida religiosa en Palestina, por la guerra contra los turcos, se ofrecieron al papa Pablo III, quien les ordenó sacerdotes (1537). En los años siguientes se dedicaron al apostolado, la enseñanza, el cuidado de enfermos y la definición de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús. El papa aprobó los estatutos en en 1540 y San Ignacio de Loyola, después de rechazar 2 veces el voto unánime de sus compañeros, aceptó convertirse en director general.
La Compañía reproducía la estructura militar en la que Ignacio había sido educado, pero al servicio de la propagación de la fe católica. El lema de los jesuitas "Ad maiorem Dei gloriam," literalmente «A la mayor gloria de Dios,» expresa el objetivo de su acción y su apostolado.
Aquejado de graves problemas de salud, San Ignacio de Loyola alcanzó a ver, en sus últimos años de vida, la expansión de la Compañía por Europa y América, con una fuerte presencia en la educación de la juventud y en el debate intelectual, en el apostolado y en la actividad misionera (destacando la labor en Asia de san Francisco Javier). El Papa envió a algunos teólogos jesuitas al Concilio de Trento, convocado para tratar los puntos de discusión suscitados con motivo del cisma protestante. Ignacio fundó instituciones educativas, casas para catecúmenos judíos y mahometanos, un refugio para mujeres errantes, y organizó colectas para los pobres y los prisioneros.
A comienzos de julio de 1556, una fatiga extrema lo obligó a descansar y murió a fines del mismo mes, a los 65 años. Al morir Ignacio, la Compañía de Jesús contaba en el mundo con 1036 jesuitas, unos sacerdotes y otros hermanos, distribuidos en 11 Provincias, y con 92 casas de las que 33 correspondían a obras educativas.
En la primera década del siglo XVI, hubo una campaña de propaganda sobre su vida y milagros, como demuestra este cuadro de Rubens que decora una iglesia jesuita en Amberes. San Ignacio fue canonizado como santo por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, con san Francisco Javier y santa Teresa de Ávila. Sus restos reposan en Roma, en la Iglesia del Gesú.
Ignacio fue el primer ejercitante. El libro de los Ejercicios Espirituales, "para vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse por afección alguna desordenada" , fue fruto de su experiencia personal en Manresa. Lo escribió para ayudar a otros, comunicándoles las ideas y sentimientos que a él lo habían transformado por obra y gracia del Espíritu Santo.
A los que se decidían a practicarlos y tenían capacidad para hacerlos en su totalidad, les programaba un mes de intensa actividad, con cuatro o cinco horas diarias de oración, además de los exámenes y las reflexiones, con "anotaciones", "adiciones" y "reglas" encaminadas a conseguir el mayor fruto posible.
Los Ejercicios Espirituales, más que un libro de lectura, son guía para una reflexión orientada hacia un compromiso libre y activo de servicio a Dios y a los demás. Aunque san Ignacio fue un místico, su literatura es ascética, es decir, se concetra en el método para llegar a la esperiencia mística y no en la experiencia de la misma.
También escribió Ignacio su Autobiografía, subtitulada el “Relato del peregrino.” Por razones internas este texto fue retirado y prohibido. A mediados del s. XVIII se publicó una primera versión en latín, mientras que el original castellano-italiano no se publicó hasta comienzos del siglo XX. En su autobiografía, Ignacio se presenta simplemente como un peregrino, desde su conversión hasta el final de su vida. Y no sólo físicamente, por los miles y miles de kilómetros que recorrió, sino también por ese otro peregrinaje interior tratando de discernir los planes que Dios tenía para él y para su compañía.
Referencias:
http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/personajes/6279.htm
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/i/ignacio.htm
http://www.jesuitas.org.co/somos/index.html