Aunque el manuscrito original de las tesis no llevaba numeración alguna, los primeros tipógrafos, que a fines de 1517 las imprimieron casi contemporáneamente en Nuremberg (A), en Lelpzig (B) y en Basilea (C) incluyeron los números conforme a sus propios criterios.
LAS 95 TESIS MARTÍN LUTERO, 1517
Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz,
se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones
bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero,
Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y
Profesor Ordinario de esta última disciplina en
esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no
puedan estar presentes y debatir oralmente con
nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito.
En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo
dijo: "Haced penitencia...", ha querido que
toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el
sentido de la penitencia sacramental (es
decir, de aquella relacionada con la confesión
y satisfacción) que se celebra por el
ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente
a una penitencia interior; antes bien,
una penitencia interna es nula si no obra
exteriormente diversas mortificaciones de
la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras
perdura el odio al propio yo (es decir, la
verdadera penitencia interior), lo que significa
que ella continúa hasta la entrada en el
reino de los cielos.
5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa
alguna, salvo aquella que él ha impuesto,
sea por su arbitrio, sea por conformidad a
los cánones.
6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino
declarando y testimoniando que ha sido
remitida por Dios, o remitiéndola con certeza
en los casos que se ha reservado. Si éstos
fuesen menospreciados, la culpa subsistirá
íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a
nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y
lo someta en todas las cosas al sacerdote,
su vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos
únicamente a los vivientes y nada
debe ser impuesto a los moribundos basándose
en los cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en
la persona del Papa, quien en sus decretos
siempre hace una excepción en caso de
muerte y de necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes
que reservan a los moribundos penas canónicas
en el purgatorio.
11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena
canónica en pena para el purgatorio, parece
por cierto haber sido sembrada mientras
los obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se
imponían después sino antes de la absolución,
como prueba de la verdadera contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus
culpas a causa de la muerte y ya son muertos
para las leyes canónicas, quedando de
derecho exentos de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen
consigo para el moribundo, necesariamente,
gran miedo; el cual es tanto mayor
cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por sí
solos (por no hablar de otras cosas) para
constituir la pena del purgatorio, puesto
que están muy cerca del horror de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el
cielo difieren entre sí como la desesperación,
la cuasi desesperación y al seguridad
de la salvación.
17. Parece necesario para las almas del purgatorio
que a medida que disminuya el
horror, aumente la caridad.
18. Y no parece probado, sea por la razón o por
las Escrituras, que estas almas estén excluidas
del estado de mérito o del crecimiento
en la caridad.
19. Y tampoco parece probado que las almas
en el purgatorio, al menos en su totalidad,
tengan plena certeza de su bienaventuranza
ni aún en el caso de que nosotros podamos
estar completamente seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión
plenaria de todas las penas, significa
simplemente el perdón de todas ellas, sino
solamente el de aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores
de indulgencias que afirman que el
hombre es absuelto a la vez que salvo de
toda pena, a causa de las indulgencias del
Papa.
22. De modo que el Papa no remite pena alguna
a las almas del purgatorio que, según los
cánones, ellas debían haber pagado en esta
vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en todo
sentido una remisión de todas las penas, es
seguro que ello solamente puede otorgarse
a los más perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente
es necesariamente engañada por esa indiscriminada
y jactanciosa promesa de la liberación
de las penas.
25. El poder que el Papa tiene universalmente
sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura
lo posee en particular sobre su diócesis o
parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión
a las almas del purgatorio, no en virtud
del poder de las llaves (que no posee),
sino por vía de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos
que aseveran que tan pronto suena la moneda
que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda
cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden
ir en aumento, más la intercesión de la
Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del
purgatorio desean ser redimidas? Hay que
recordar lo que, según la leyenda, aconteció
con San Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la sinceridad de su
propia contrición y mucho menos de que
haya obtenido la remisión plenaria.
31. Cuán raro es el hombre verdaderamente
penitente, tan raro como el que en verdad
adquiere indulgencias; es decir, que el tal
es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados junto con
sus maestros, aquellos que crean estar seguros
de su salvación mediante una carta
de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos
que afirman que las indulgencias del Papa
son el inestimable don divino por el cual el
hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se
refieren a las penas de la satisfacción sacramental,
las cuales han sido establecidas
por los hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos
que enseñan que no es necesaria la
contrición para los que rescatan almas o
confessionalia.
36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido
tiene derecho a la remisión plenaria
de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté
vivo o muerto, tiene participación en todos
lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación
le ha sido concedida por Dios,
aun sin cartas de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación
otorgadas por el Papa no han de menospreciarse
en manera alguna, porque, como ya
he dicho, constituyen un anuncio de la remisión
divina.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más
brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante
el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias
y la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las
penas, pero la profusión de las indulgencias
relaja y hace que las penas sean odiadas;
por lo menos, da ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse
con cautela para que el pueblo no
crea equivocadamente que deban ser preferidas
a las demás buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la
intención del Papa, en manera alguna, que
la compra de indulgencias se compare con
las obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel
que socorre al pobre o ayuda al indigente,
realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de caridad
y el hombre llega a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo
mas, liberado de la pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que
ve a un indigente y, sin prestarle atención,
da su dinero para comprar indulgencias, lo
que obtiene en verdad no son las indulgencias
papales, sino la indignación de Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no
son colmados de bienes superfluos, están
obligados a retener lo necesario para su casa
y de ningún modo derrocharlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos que la
compra de indulgencias queda librada a la
propia voluntad y no constituye obligación.
48. Se debe enseñar a los cristianos que, al
otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita
cuanto desea una oración ferviente
por su persona, antes que dinero en efectivo.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las
indulgencias papales son útiles si en ellas
no ponen su confianza, pero muy nocivas
si, a causa de ellas, pierden el temor de
Dios.
50. Debe enseñarse a los cristianos que si el
Papa conociera las exacciones de los predicadores
de indulgencias, preferiría que la
basílica de San Pedro se redujese a cenizas
antes que construirla con la piel, la carne y
los huesos de sus ovejas.
51. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa
estaría dispuesto, como es su deber, a dar
de su peculio a muchísimos de aquellos a
los cuales los pregoneros de indulgencias
sonsacaron el dinero aun cuando para ello
tuviera que vender la basílica de San Pedro,
si fuera menester.
52. Vana es la confianza en la salvación por
medio de una carta de indulgencias, aunque
el comisario y hasta el mismo Papa pusieran
su misma alma como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que,
para predicar indulgencias, ordenan suspender
por completo la predicación de la
palabra de Dios en otras iglesias.
54. Oféndese a la palabra de Dios, cuando en
un mismo sermón se dedica tanto o más
tiempo a las indulgencias que a ella.
55. Ha de ser la intención del Papa que si las
indulgencias (que muy poco significan) se
celebran con una campana, una procesión y
una ceremonia, el evangelio (que es lo más
importante)deba predicarse con cien campanas,
cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa
distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente
mencionados ni conocidos entre
el pueblo de Dios.
57. Que en todo caso no son temporales resulta
evidente por el hecho de que muchos de los
pregoneros no los derrochan, sino más bien
los atesoran.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los
santos, porque éstos siempre obran, sin la
intervención del Papa, la gracia del hombre
interior y la cruz, la muerte y el infierno del
hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia
eran los pobres, mas hablaba usando el
término en el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos
que las llaves de la iglesia (donadas
por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Esta claro, pues, que para la remisión de las
penas y de los casos reservados, basta con
la sola potestad del Papa.
62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto
evangelio de la gloria y de la gracia de
Dios.
63. Empero este tesoro es, con razón, muy
odiado, puesto que hace que los primeros
sean postreros.
64. En cambio, el tesoro de las indulgencias,
con razón, es sumamente grato, porque
hace que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes
con las cuales en otros tiempos se pescaban
a hombres poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes
con las cuales ahora se pescan las riquezas
de los hombres.
67. Respecto a las indulgencias que los predicadores
pregonan con gracias máximas, se
entiende que efectivamente lo son en cuanto
proporcionan ganancias.
68. No obstante, son las gracias más pequeñas
en comparación con la gracia de Dios y la
piedad de la cruz.
69. Los obispos y curas están obligados a admitir
con toda reverencia a los comisarios de
las indulgencias apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con
todos sus ojos y escuchar con todos sus oídos,
para que esos hombres no prediquen
sus propios ensueños en lugar de lo que el
Papa les ha encomendado.
71. Quién habla contra la verdad de las indulgencias
apostólicas, sea anatema y maldito.
72. Mas quien se preocupa por los excesos y
demasías verbales de los predicadores de
indulgencias, sea bendito.
73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión
contra los que maquinan algo,
con cualquier artimaña de venta en perjuicio
de las indulgencias.
74. Tanto más trata de condenar a los que bajo
el pretexto de las indulgencias, intrigan en
perjuicio de la caridad y la verdad.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias
del Papa sean tan eficaces como para que
puedan absolver, para hablar de algo imposible,
a un hombre que haya violado a la
madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las indulgencias
papales no pueden borrar el más leve
de los pecados veniales, en concierne a la
culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy,
no podría conceder mayores gracias, constituye
una blasfemia contra San Pedro y el
Papa.
78. Sostenemos, por el contrario, que el actual
Papa, como cualquier otro, dispone de mayores
gracias, saber: el evangelio, las virtudes
espirituales, los dones de sanidad, etc.,
como se dice en 1ª de Corintios 12.
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las
armas papales llamativamente erecta,
equivale a la cruz de Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los obispos,
curas y teólogos, al permitir que charlas tales
se propongan al pueblo.
81. Esta arbitraria predicación de indulgencias
hace que ni siquiera, aun para personas
cultas, resulte fácil salvar el respeto que se
debe al Papa, frente a las calumnias o preguntas
indudablemente sutiles de los laicos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el
purgatorio a causa de la santísima caridad
y la muy apremiante necesidad de las almas,
lo cual sería la más justa de todas las
razones si él redime un número infinito de
almas a causa del muy miserable dinero
para la construcción de la basílica, lo cual
es un motivo completamente insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las
misas y aniversarios por los difuntos y por
qué el Papa no devuelve o permite retirar
las fundaciones instituidas en beneficio de
ellos, puesto que ya no es justo orar por los
redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad
de Dios y del Papa, según la cual conceden
al impío y enemigo de Dios, por medio
del dinero, redimir un alma pía y amiga
de Dios, y por que no la redimen más bien,
a causa de la necesidad, por gratuita caridad
hacia esa misma alma pía y amada?
85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones
penitenciales que de hecho y por el desuso
desde hace tiempo están abrogados y
muertos como tales, se satisfacen no obstante
hasta hoy por la concesión de indulgencias,
como si estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya
fortuna es hoy más abundante que la de los
más opulentos ricos, no construye tan sólo
una basílica de San Pedro de su propio dinero,
en lugar de hacerlo con el de los pobres
creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el
Papa y qué participación concede a los que
por una perfecta contrición tienen ya derecho
a una remisión y participación plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría
hacerse a la iglesia si el Papa, como lo hace
ahora una vez, concediese estas remisiones
y participaciones cien veces por día a cualquiera
de los creyentes?
89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias,
busca más la salvación de las almas
que el dinero, ¿por qué suspende las
cartas e indulgencias ya anteriormente
concedidas, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de los
laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos
con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos y contribuir
a la desdicha de los cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen
según el espíritu y la intención del Papa,
todas esas objeciones se resolverían con facilidad
o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas
que dicen al pueblo de Cristo: "Paz, paz"; y
no hay paz.
93. Que prosperen todos aquellos profetas que
dicen al pueblo: "Cruz, cruz" y no hay cruz.
94. Es menester exhortar a los cristianos que se
esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a
través de penas, muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través
de muchas tribulaciones, antes que por la
ilusoria seguridad de paz.
Wittenberg, 31 de octubre de 1517.
Referencia:
http://www.fiet.com.ar/articulo/95_tesis.pdf